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A piñón fijo

Maravillas Delgado

Ha bastado un gráfico en un documento de la Comisión Europea que analizaba los proyectos de presupuestos nacionales de 2022 para que las luces rojas de algunos analistas se hayan súbitamente encendido. Sin más, la identificación de “contractiva” de la política fiscal española los ha llevado a poner el grito en el cielo y, los más entusiastas, no han dudado en señalar que la razón por la que España está a la cola de la recuperación europea es el carácter contractivo de su política fiscal para el próximo año. Con un par. Sin más matizaciones.

De repente, se han olvidado de que España ha sido uno de los países europeos que por múltiples razones —entre las que destacan el tamaño de sus empresas y su elevada exposición a sectores que se han visto afectados por los confinamientos— ha experimentado una mayor caída del PIB en 2020. Nada menos que un -10,8%. De hecho, su output gap (brecha de producción) al final del primer año de la pandemia, según el FMI, ascendió a -8,5% de su PIB potencial, un diferencial tan solo superado por Grecia y que en el caso español era el doble de la brecha de producto promedio europea.

Cuando se opina mirando a los datos, es inevitable concluir que —por ahora— estamos rezagados no porque no haya habido una contundente respuesta de política pública, sino porque el shock nos pegó con mucha más intensidad que al resto de los socios. La idea de que estamos rezagados porque gastamos menos que los demás, o porque hemos confiado excesivamente pronto y mucho en los fondos europeos que solo ahora están llegando no responde a los datos. Es un puro relato. Uno más.

El gasto público español ha aumentado entre 2018 y 2021 8,6 puntos porcentuales del PIB —un incremento que solo superan Grecia y Malta—, el déficit público lo ha hecho en 5,8 puntos porcentuales, la deuda pública bruta ha aumentado 22,3 puntos porcentuales y la deuda neta en 24,7 puntos porcentuales, en ambos casos los mayores aumentos en toda la zona euro. Probablemente, el dato que más nos singulariza frente a Europa es el aumento de la recaudación, un resultado que tiene mucho que ver con los mecanismos de protección de rentas que correctamente se han desplegado para paliar el impacto social de la pandemia.

No parece, por tanto, que las autoridades españolas hayan arrastrado los pies al diseñar su respuesta de política económica. Han hecho lo que había que hacer. Y ahora, nuevamente, tienen que hacer lo que corresponde: apoyarse en los fondos europeos, aplicar las reformas con las que se ha comprometido, y comenzar a diseñar un plan de medio plazo que trace una senda de sostenibilidad financiera creíble y acompasada con la recuperación.

Un tema distinto es la reacción de nuestra economía a los estímulos. Independientemente de la polémica —y en algunos casos, el desconcierto— que sigue rodeando el fuerte contraste entre las revisiones a la baja de los datos de la Contabilidad Nacional de España y los muy buenos datos de creación de empleo, afiliación a la seguridad social o recaudación fiscal, el menor ritmo de la recuperación española, si se confirma, lo que probablemente revela no es que habría que haber gastado más, sino que los canales de transmisión de los estímulos monetarios y fiscales requieren una intensa revisión. Mientras que es evidente que ha habido instrumentos como los ERTE que han sido muy eficientes a la hora de asegurar el objetivo para el que se diseñaron —preservar el empleo y evitar la histéresis— es probable que otros instrumentos hayan tenido un impacto menor no solo sobre la recuperación de la actividad, sino también sobre la eficiencia y la equidad.

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Pero esto solo lo podríamos saber si realmente estuviéramos dispuestos, sin anteojeras ideológicas y dogmáticas, a evaluar las políticas que hemos aplicado. En cierta manera, la pandemia y la respuesta que frente a ella ha tenido la política económica ha sido un caso tan extremo de “experimento” natural que de él deberíamos derivar lecciones para el futuro. La revolución de la caEstados Unidoslidad que tantos elogios levantó entre los expertos en las semanas que siguieron a la concesión del Premio Nobel de Economía de este año, no merece que la enterremos sin titubear bajo un alud de keynesianismo de perra gorda. De más gasto que es la pandemia. El tema no es gastar más, sino mejor, con mejores políticas y persiguiendo objetivos bien definidos que cuenten con un amplio apoyo social.

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