Internacional
Asalto a las mujeres

La derecha religiosa de Estados Unidos, integrada en el Partido Republicano, está por primera vez en disposición de lograr su gran objetivo político del último medio siglo, revertir el derecho al aborto. La interrupción libre del embarazo fue legalizada por una sentencia del Tribunal Supremo en 1973, conocida en la jerga legal como Roe versus Wade, que consideró que una mujer tiene derecho a abortar sin restricciones antes de que el feto sea viable, un límite fijado en las 23 semanas de gestación. Desde entonces el Supremo, con todo tipo de opiniones entre sus magistrados, se ha reafirmado en este precedente para rechazar decenas de intentos legislativos restrictivos de Estados republicanos. Hasta este año. El 1 de diciembre, los magistrados escucharon los argumentos de un caso de Misisipi, que quiere rebajar el límite a 15 semanas. Las preguntas de los magistrados suelen ser indicativas de su opinión, y en este caso, el desarrollo de la sesión hace temer que el precedente de medio siglo va a ser severamente dañado, si no revertido en su totalidad. La propia toma en consideración del caso ya va contra todo precedente. La sentencia sobre el aborto se espera hacia el final del actual periodo de sesiones, en junio próximo.
Una decisión favorable a Misisipi dejaría en manos de los Estados los límites al derecho al aborto, lo que en al menos una veintena de ellos supondría la restricción grave o la eliminación total de esta posibilidad. Si finalmente desactiva el precedente de Roe versus Wade, a partir de ese momento, millones de mujeres en Estados de mayoría conservadora verán inmediatamente coartado su derecho al aborto por leyes que ya están redactadas y aprobadas, esperando a entrar en vigor. No solo es un atropello jurídico a las mujeres; es también un disparate incompatible con la interpretación radical de la libertad del individuo que fundamenta la vida en EE UU, para bien y para mal.
Es importante entender cómo se ha llegado hasta aquí. Esta situación es posible porque de los nueve magistrados “vitalicios” del Tribunal Supremo, seis tienen perfiles conservadores (nombrados por presidentes republicanos) y tres perfiles demócratas. Es el Supremo más escorado en décadas. Aunque esto no se ha traducido por ahora en un rodillo conservador, la realidad es que los tres progresistas tienen muy difícil condicionar la mayoría. La composición actual del Supremo no refleja en absoluto la mayoría social del país, ni expresada en encuestas (apenas el 20% quiere prohibir el aborto) ni expresada en las urnas. Hay razones de coyuntura histórica que explican ese desajuste, pero principalmente es consecuencia de la maquinación del líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, que bloqueó de manera ilegítima la renovación de un puesto vacante que le tocaba nombrar al presidente Barack Obama. El puesto lo cubrió el presidente Donald Trump, que en 2016 ganó contra pronóstico gracias a los votos de una derecha religiosa que lo despreciaba y con la promesa de incorporar jueces antiaborto. A través de una institución no electa, la derecha moralista estadounidense ha logrado un poder que las urnas nunca le dieron para lanzar un asalto a los derechos civiles, y ha empezado por los derechos de las mujeres.
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