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Internacional

Entrampados, ¿hay salida?

Llama la atención que alguien con la sensibilidad social que caracteriza a Andrés Manuel López Obrador no intervenga o quede indiferente ante medidas de su administración que lesionan a terceros, en ocasiones de manera lastimosa. El caso más palpable ha sido el impacto que provocó el desabasto de medicinas, un tema que el Ejecutivo negó durante meses pese a la evidencia en contra. Evidencia que incluyó peticiones de ayuda de padres de hijos con cáncer cuyo tratamiento quedó interrumpido con resultados en algunos casos letales. La gravedad de la situación llevó al presidente a un tardío reconocimiento y a una disposición que se agradece para acelerar la solución del problema. Pero prácticamente esta ha sido la única rectificación pública. No así lo tocante a la violencia contra la mujer, la desesperación de padres de desaparecidos y de otras víctimas de la violencia, el ataque a activistas del medio ambiente o periodistas, las acEstados Unidosciones arbitrarias en contra de científicos y académicos, los derechos humanos vulnerados por acciones de la autoridad, algo inevitable en este y anteriores gobiernos. Algo, insisto, extraño en alguien que convirtió la indignación frente a la injusticia y el dolor de las víctimas en una vocación personal.

Por lo general, AMLO ha reaccionado a partir de un patrón reiterativo: 1.- Toda distracción debilita la más urgente de las reivindicaciones; ayudar a los pobres. Impulsar este mandato ético y social justifica subordinar o dejar pendientes otras banderas. 2.- Los conservadores que intentan hacer desbarrancar al gobierno utilizan tales exigencias, las distorsionan y magnifican para sacar raja política; la gravedad de esos problemas es mucho menor de lo que se denuncia. 3.- Reconocer o legitimar tales protestas o inconformidades supone hacerle el caldo gordo a la oposición. 4.- La mejor manera de responder a tales ataques estriba en exhibir los motivos aviesos de aquellos que los publicitan y negar la gravedad de los mismos.

Tiene razón el presidente cuando advierte que nos encontramos en medio de una acalorada disputa entre dos proyectos de país y, sin duda, también la tiene cuando destaca la obligación moral que tenemos con las grandes mayorías que han vivido en situación precaria. Pero creo que se habría beneficiado más a esa caEstados Unidos, por no hablar del capital ético del gobierno de la 4T, si hubiera existido un rápido reconocimiento de otras situaciones de injusticia social. En algunos casos para paliar en lo posible sus manifestaciones más severas, en otros, al menos, para solidarizarse con las víctimas. En lugar de ello, el desdén y en ocasiones la hostilidad con la que se responde a la prensa adversa que los denuncia, han terminado por echar a los agraviados en brazos de la oposición. Se trata de reivindicaciones normalmente arropadas por la izquierda que ahora pretenden ser abanderadas por una derecha que tradicionalmente era insensible o contraria a ellas. Luego de tres años de gobierno, no parece que el presidente vaya a modificar este patrón de comportamiento en lo que resta del sexenio.

Y tampoco parece que las circunstancias lo obliguen a hacerlo. En muchas ocasiones los gobiernos se ven en la necesidad de ajustar o matizar actitudes, aun cuando en principio no se sientan inclinados a hacerlo, para no asumir un costo político insoportable. Desde luego no es el caso de AMLO. El llamado efecto teflón o blindaje parece resistir cualquier embate. Sus niveles de aprobación se mantienen entre 60 y 70% sin importar qué escándalo de corrupción se ventile, real o aparente, o qué nuevo sector de la comunidad se sienta agraviado por sus palabras o acciones.

El problema, me parece, es que nos encontramos en un punto muerto. Una oposición empeñada en mostrar la ineficiencia y perversidad del gobierno de la 4T y un blindaje que hace invulnerable al gobierno frente a esa crítica. En tal ruptura de puentes ambos lados, y el país, salen perdiendo. El gobierno, porque esta polarización lo incapacita para poner en movimiento a las fuerzas económicas y crear los empleos y el crecimiento que las mayorías requerirían para salir de la inopia; la oposición, porque en este diálogo de sordos es incapaz de resolver preocupaciones legítimas o negociar aspectos políticos y económicos fundamentales para reactivarse.

Me parece que si hubiera una salida, esta pasa por recuperar desde la izquierda, el centro y la derecha una crítica que no esté comprometida con la polarización. Hace una semana, en este espacio, argumenté sobre la necesidad de una mirada no incondicional al obradorismo desde los sectores progresistas; una autocrítica capaz de reconocer los negros del arroz sin tirar el guiso a la basura. Partiría del reconocimiento de lo mucho y necesario que se está haciendo, pero también de todo aquello que podría hacerse mejor. Y es que el gobierno de la 4T, obsesionado por la batalla discursiva, ha rehuido la autovaloración y la crítica constructiva, con lo cual se ha negado a sí mismo la posibilidad de corregir y mejorar.

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Pero más importante aún es que el centro y la derecha tolerante, que la hay, pudieran escapar a este círculo vicioso y rehuir el ataque permanente, absoluto y descalificador, aunque fuera por el hecho de que lo único que provoca es el fortalecimiento de AMLO. A los ojos de los sectores populares tal polarización confirma que está siendo agredido el primer presidente que ha intentado hacer algo por ellos. Una oposición razonada que, al margen de que esté en desacuerdo con el presidente, parta del principio de que se trata de un gobierno con amplio respaldo popular. Nadie puede autoproclamarse paladín de la democracia sin asumir las consecuencias de que el proyecto de país que abraza no es el de las mayorías.

Se podría cuestionar el derecho a apelar a la oposición razonada a salir de la polarización, cuando el presidente persiste en ella. Pero habría razones. Primero, porque el presidente ya decidió no hacerlo. Hay irritación y enojos no resueltos; sería deseable que no tuvieran ese peso, pero es lo que es. El intento de un cambio de régimen ha transcurrido sin violencia política, pero no hemos escapado a cierta dosis de resentimiento. Lamentable como es, pudo haber sido peor. Y, segundo, porque una buena parte de la oposición es responsable de este resentimiento. Las élites convirtieron a sus trabajadores en opositores; basta recordar el congelamiento del salario mínimo durante lustros o el hecho de que hoy la mayor parte de la población se gana la vida en el sector informal. El tercio de la sociedad más próspero “produjo” los niveles de inconformidad que trajeron a López Obrador al gobierno. Y hay una responsabilidad en ello. O no, pero me queda claro que si hay una posibilidad de salir de este ambiente tóxico y de esta parálisis en la conversación, tendrá que venir de todos aquellos que crean que la convivencia tiene que partir de dejar de insultarnos. Razones para indignarnos y descalificar las hay, en ambos lados, pero también las habría para intentar entendernos por encumbre de nuestras diferencias @jorgezepedap

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