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Cultura

La fiesta de Art Basel vuelve a Miami Beach

Art Basel ha vuelto a Miami Beach con todo el equipo: las galerías internacionales, los mejores coleccionistas del continente, los artistas y comisarios del momento, las decenas de exposiciones, fiestas y actividades paralelas por toda la ciudad y una orgía de marcas comerciales ansiosas por arrimarse al ascua de la creación. Hacía dos años que no se celebraba presencialmente la gran cita americana con el mercado del arte. Y parece que ha pasado una eternidad desde que el artista Maurizio Cattelan se llevó los titulares de la última edición al pegar con cinta un plátano a una pared y vender la broma por 120.000 dólares para indignación de unos y regocijo del resto. Pero no ha sido una eternidad, sino una pandemia.

Estalló poco después de aquello y, por resumirlo mucho, el sector tuvo que meterse en hogar y ampliar su vocabulario de palabras de tres letras. Este año hay programa VIP, como siempre, pero también una infraestructura digital paralela de OVR, esos online viewing rooms, salas de exposiciones virtuales que florecieron durante el confinamiento (y que la mayoría ve con alivio cómo caen en desuso), así como ecos lejanos del último grito, los famosos NFT, que, por resumirlo de nuevo mucho, son a un cuadro de Picasso lo que un bitcoin a un maletín lleno de billetes.

Y luego están las PCR. Los visitantes, unos 80.000, según cálculos del recién reelegido alcalde de Miami Beach, Dan Gelber, tienen que aportar una de esas pruebas negativas de coronavirus o un certificado de vacunación en orden para entrar en el Centro de Convenciones, donde las mascarillas son obligatorias (en una ciudad que en los espacios cerrados solo recomienda su uso). Este martes, los primeros visitantes, coleccionistas y profesionales, tenían además que reservar la hora de su visita para evitar aglomeraciones. El público general accederá del jueves al sábado.

Marc Spiegler, director global de Art Basel, ha garantizado a la prensa en la mañana en esta jornada inaugural que el diseño de la feria, que convoca 253 galerías, la mitad de ellas internacionales, se ha hecho “del modo más seguro posible”. Tuvieron que retrasar y celebrar en septiembre la cita original, en Basilea, en una versión reducida por las restricciones. Y luego anduvieron pendientes para Miami de cuándo Estados Unidos pensaba abrir de nuevo las fronteras. “El día en que lo anunciaron [20 de septiembre], el móvil echaba humo, y al final de esa semana, 30 galerías que habían cancelado, descancelaron”, ha recordado Spiegler. Así que, por encumbre de todas esas adversidades, ha defendido seguir adelante a pesar de las preocupantes noticias de la nueva variante ómicron. “Estos días hemos bromeado mucho con la idea de que es mejor disfrutar de esta reunión histórica antes de que nos vuelvan a encerrar de nuevo”.

La feria Art Basel en Miami Beach, este martes.
La feria Art Basel en Miami Beach, este martes.Cindy Ord (Getty Images)

En el último Art Basel Miami Beach, otra palabra, esta vez de nueve letras, era el neologismo de moda: fairtigue, que salía de sumar en inglés “feria” y “fatiga”, describía lo que provocaba en los profesionales del arte la incesante sucesión de citas que, de Buenos Aires a Hong Kong, se celebraban por todo el mundo. Pero esta semana, con la tímida vuelta de aquello, el cansancio se ha tornado en entusiasmo. “Todos nos volcamos en el confinamiento en el mundo virtual, no quedó más remedio, pero también nos dimos cuenta de que algo se pierde sin el contacto físico”, explica Magalí Arriola, directora del Museo Tamayo de México y comisaria de una sección de la feria consagrada a las piezas de gran formato, seguramente las que más sufren en la pantalla de un móvil.

Había ganas de descubrir a este o aquel pintor, de ver de nuevo dos diciembres después a esos vecinos de pasillo, pero, sobre todo, de vender y comprar arte. Y bien, la veintena de expositores consultados por EL PAÍS durante la primera jornada ha confirmado que las expectativas, que venían altas por los buenos resultados de las últimas subastas en Nueva York, se han cumplido. Uno de ellos, Martin Aguilera, de la galería brasileña Mendes Wood, explicaba a media tarde que casi había vendido todas las piezas del espacio, “mitad de artistas brasileños y mitad de extranjeros”, y que el miércoles le tocaba “volver a montarlo de cero”

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Los coleccionistas habían madrugado para llevar a sus asesores con la lengua fuera en busca de las joyas más preciadas. Y las galerías, sobre todo las más poderosas, que no se quitan ojo las unas a las otras en torno a las dos plazas que organizan el recorrido, los esperaban con la artillería pesada. Una nómina de grandes nombres que sería la envidia de muchos museos. De las paredes colgaban obras de Keith Haring por entre 7,5 y 7,8 mdd (entre 6,6 y 6,8 millones de euros), una pieza de David Hockney (6,5 millones), un barceló de 2,5 millones o dos pinturas de Joan Mitchell y Ad Reinhardt que, con 2,5 y 7 millones respectivamente, encabezaban al final del día la lista de piezas mejor vendidas facilitada por la organización. Un rothko en David Zwirner es a todas luces la más cara del lote; está a la venta por un precio que la galería no quiere desvelar.

De la anterior lista cabe concluir que los clásicos nunca fallan, y que la pintura, con una presencia abrumadora aquí, está viviendo una nueva edad de oro. También entre los últimos artistas, como los que representa la berlinesa Peres Project, cuyo fundador, Javier Peres, apuntaba que había tenido donde elegir: “Los creadores han dispuesto de muy poca vida social en estos dos años y de mucho tiempo para trabajar”. Marc Payot, presidente de la todopoderosa Hauser & Wirth, corroboraba que algunos de los suyos “también supieron sacar provecho productivo de aquello”. Pocas obras, eso sí, remiten directamente al trauma de la pandemia. Y entre esas pocas, la que más miradas atrae es Snowman (2021, en la neoyorquina Karma), tres cajas de Amazon talladas en bronce, como las que se agolparon a las puertas de los confinados en el año de la plaga. Es del californiano Mungo Thompson.

Muy cerca de la irónica escultura, Belén Valbuena, de Maisterravalbuena, deslizaba otro ingrediente que hace diferente esta edición de otras: el nuevo orden logístico, que ha gripado la cadena de suministros global, también “ha complicado muchísimo el proceso de traer las obras”. La galería madrileña es una de las representantes españolas junto a Travesía Cuatro, que, con sedes en México y Guadalajara, cuenta también como mexicana (y participó en un valiente spin off de Art Basel el año pasado en Ciudad de México), Mira Madrid (se estrena con un monográfico del conceptual argentino Jaime Davidovich), Fernando Pradilla (con obras de Alberto Baraya, incluida una revisión irónica de la revisión irónica del plátano de Cattelan) o la veterana Elvira González.

Pero lo que tal vez llame más la atención en el recorrido es la abundante presencia de artistas afroamericanos, cuya pujanza subraya un neón de hotel de la artista y cineasta estadounidense Ja’Tovia Gary que dice: “No hay mala suerte en el mundo, sino gente blanca” (cita tomada de una novela de Toni Morrison). Pretende ser un reflejo de los cambios sociales que han afectado a Estados Unidos en un año que también fue el del asesinato de George Floyd y del movimiento Black Lives Matter. Spiegler había explicado por la mañana que era algo buscado, y que para lograr que “algunos muy buenos espacios abiertos por mujeres negras” pudieran entrar se han saltado algunas de sus propias exigencias clásicas.

Para ingresar en el selecto club en esta edición no se pedía a las galerías un número de años mínimo en activo ni tampoco, como antes, que tuvieran un espacio físico en funcionamiento, dado que muchas tuvieron que cerrar sus establecimientos durante la pandemia. “También es la primera vez que hemos dado la bienvenida a cuatro nuevas galerías africanas: de Zimbabue, Nigeria, Uganda y Sudáfrica. Sabemos que solo es el principio, y que nos queda mucho más en ese frente; hacer las ferias más diversas las hará también más interesantes”, ha añadido Spiegler.

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Una de ellas, llamada Smac, ha traído desde Johannesburgo, cerca de donde la variante ómicron empezó a asustar al mundo, una reflexión sobre la colonización de la joven Bonolo Kavula. Para estar en Miami, su directora, Jean Butler, tuvo que coger cinco aviones. Llegó el domingo a la ciudad. Esa misma noche, Biden se sumó a otros países en desmentir el tópico de que el arte no entiende de fronteras.

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