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El FMI prevé que la inflación toque techo este otoño y que se suavice a partir del año que viene

Una mujer camina por el pasillo de un supermercado de Berlín (Alemania).
Una mujer camina por el pasillo de un supermercado de Berlín (Alemania).Fabrizio Bensch (Reuters)

El Fondo Monetario Internacional (FMI) no mueve ni una coma de su tesis. La inflación, mantiene, tocará techo este otoño en los países ricos para bajar a partir del invierno y a lo largo de 2022. A mediados del año que viene, según apuntan sus técnicos en un adelanto de su informe económico global que verá la luz la semana que viene, ya se situará “en el entorno del 2%”. El organismo con sede en Washington reconoce que, en un momento como este, en el que la economía navega en aguas sin cartografiar, cualquier proyección lleva aparejada importantes “riesgos”. Pero también descarta casi de plano que el mundo entre en una espiral inflacionista.

“El encarecimiento de las materias primas, los cuellos de botella en las cadenas de suministro y la naturaleza sin precedentes de un rebote económico como el actual están metiendo presión sobre la inflación general. Y esas incertidumbres están alimentando su preocupación por que la inflación pueda exceder persistentemente los objetivos de los bancos centrales, desanclar las expectativas y conducir a una espiral autocumplida”, admite el departamento de análisis del Fondo en el anticipo de sus previsiones. Su análisis, sin embargo, apunta a que “probablemente” ese no sea el caso. “Esperamos, tanto en las economías avanzadas como en las emergentes, que la inflación general disminuya hasta los rangos prepandemia a mediados de 2022″, subraya.

El FMI presentará todos sus vaticinios macroeconómicos la semana que viene. Pero este miércoles ya ofrece un aperitivo en forma de cifras agregadas de inflación: en las economías avanzadas, prevé, la tasa general hará pico este otoño en el 3,6% —tras un “drástico aumento a corto plazo”— para bajar después hasta el 3,2% a finales de año —o un 3,4% si se materializan todos los riesgos al alza— y hasta el citado 2% de 2022. Más complicada es la situación en los países emergentes, que tienen un historial mucho más prolijo de estallidos inflacionarios. En ese bloque, sus cálculos apuntan a una inflación general todavía en el entorno del 4% a mediados del año que viene.

La previsión del Fondo refrenda la aparente tranquilidad de los bancos centrales a ambos lados del Atlántico, que hasta ahora han resistido estoicamente la creciente presión de quienes creen que la escalada de precios debe forzar a ir retirando estímulos desde ya. Tanto el Banco Central Europeo como la Reserva Federal (Fed) han mantenido por ahora su actitud prudente, confiando en que la escalada de precios será transitoria. Su objetivo es evitar que un repliegue temprano de las compras de deuda, como ya exigen las voces más ortodoxas, y un aumento prematuro de los tipos de interés sofoque el crecimiento y golpee a unos mercados financieros que dejaron atrás la crisis hace tiempo.

Los precios han crecido con fuerza en los últimos tiempos —en EE UU la inflación ronda máximos de tres décadas y en Europa ha tocado su pico en 13 años— por una combinación de factores de demanda (recuperación del consumo desde los mínimos de hace un año) y, sobre todo, oferta (encarecimiento de las materias primas, con la energía a la cabeza, y cuellos de botella en la cadena de suministro). No obstante, el FMI cree que el impacto de la demanda se suavizará a partir de 2022 para volver a tener —como en los años inmediatamente anteriores a la pandemia— mínimos efectos deflacionarios en 2026 y en adelante. En otras palabras: el tirón poscrisis de la demanda tendrá efectos inflacionarios, pero acotados en el tiempo. Mucho más difícil es saber qué ocurrirá y qué impacto tendrá con los factores que están limitando la oferta, para los que en muchos casos no hay precedentes recientes.

“Como se vio durante el episodio del taper tantrum de 2013 [cuando la Reserva Federal anunció una retirada anticipada de las políticas ultraexpansivas que permitieron a EE UU salir del hoyo de la Gran Recesión], los países emergentes y las economías en desarrollo se verían especialmente afectadas por las salidas de capitales y las depreciaciones de tipo de cambio”, remarcan los economistas del Fondo.

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Expectativas ancladas en el largo plazo

La variable clave para saber si la subida de precios es flor de un día o si está enraizada en la sala de máquinas de la economía —el temor más profundo de quienes temen una espiral— son las expectativas a largo plazo. Y, a juicio del Fondo, presentan un “nivel de anclaje relativamente fuerte”. “En las economías avanzadas gradualmente tienden a regresar a alrededor del 2% de media, con bajo riesgo de desacoplamiento”, apunta. En el caso de los emergentes, de nuevo, las reservas se imponen: “Las expectativas apuntan a que permanecerán ancladas en el medio plazo, aunque con mayores riesgos al alza”.

Si ese no fuera el caso y la inflación se saliera de madre, los riesgos serían nítidos: sería “costosa de frenar”. De ahí que los bancos centrales deban, al menos durante un tiempo, “caminar sobre la cuerda floja entre la actuación paciente para apoyar la recuperación y, al mismo tiempo, prepararse para actuar rápidamente si la inflación las expectativas muestran signos de desanclaje”. De la habilidad de los bancos centrales para driblar en esa baldosa depende buena parte del futuro económico más inmediato.

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