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La industria española pide más compensaciones por la subida de la luz: “Es un desastre para nuestros resultados”

La escalada del precio de la electricidad se ha convertido en un enorme dolor de cabeza para buena parte de la industria española. En sectores como el del metal, el químico, la siderurgia o el papel, muy dependientes del uso de energía para su producción, la subida de la factura de la luz se está comiendo una porción nada desdeñable de la cuenta de resultados. Según media docena de patronales y empresas consultadas, el alza está minando su competitividad frente a las rivales de Francia y Alemania, donde la electricidad también ha subido pero las compañías pagan menos impuestos y reciben del Estado más exenciones y compensaciones, lo cual suaviza el golpe.

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El daño es cuantificable. José Antonio Jainaga, presidente de Sidenor, una firma vasca dedicada al acero, asegura que en el cuarto trimestre los gastos mensuales por este concepto aumentarán entre cuatro y cinco millones de euros. “Supone un sobrecoste de unos 50 millones anuales. Es un verdadero desastre para nuestros resultados”, lamenta.

Fernando Soto, director general de la patronal electrointensiva (AEGE), reconoce que el encarecimiento del gas y de los derechos de emisión de CO₂ —los dos grandes culpables de la explosión de los precios— son fenómenos comunes en toda Europa, pero insiste en que la situación de España es particularmente negativa. “Las subidas en otros mercados no son tan alarmantes como las de aquí”, se queja. Los precios para las empresas no son iguales que para los particulares, porque estas también firman contratos bilaterales y otros acuerdos a largo plazo para proveerse de electricidad. Pero según cálculos de la entidad, la industria electrointensiva española —cuyo gasto en energía puede llegar a suponer más de la mitad de todos los costes— asume unas cargas que otras no tienen: estiman que a finales de agosto pagaban el megavatio hora a 96,82 euros, 34 euros más caro que Alemania y 55 euros más que Francia. Los nombres de ambos países aparecen una y otra vez como ejemplos a seguir. Para Soto, no es necesario que el Gobierno español invente nada nuevo. “La receta es copiar las mismas prácticas que Alemania y Francia: exenciones y compensaciones al máximo permitido”.

En junio, el Gobierno aprobó una compensación adicional de 100 millones de euros para ayudar a la industria electrointensiva a hacer frente a los sobrecostes por emisiones de CO₂. Con esos nuevos fondos, las compensaciones suman 179 millones, una cantidad que el sector sigue considerando insuficiente por dos motivos: primero porque está por debajo del techo de 220 millones que permite Bruselas, y segundo porque es muy inferior a la que desembolsan Alemania y Francia.

Dado que las fábricas europeas compiten entre sí y con otras de fuera del continente en los mercados internacionales, el precio de la electricidad es junto al factor salarial la clave para ser competitivas, esa distancia amenaza con dejarlas rezagadas frente a sus rivales. Ramón Alejandro, presidente de Saica, una empresa de más de 10.000 empleados con sede en Zaragoza dedicada a la producción de papel y cartón para embalajes, reclama igualdad de oportunidades. “No sé si la energía tiene que ser barata o cara. Exportamos el 50% de nuestra producción de papel, y quiero tener las mismas condiciones que mis competidores franceses, alemanes o italianos. Si todos tenemos electricidad cara perfecto, pero no es justo que yo la tenga a un precio y un competidor alemán a otro, porque yo no puedo elegir y comprar electricidad fuera de España. Es labor del gobierno que seamos competitivos frente al resto de Europa”.

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Aniceto Zaragoza, director general de Oficemen, la patronal que agrupa a los principales productores de cemento, coincide: “Al final lo importante no es cuál sea el precio que pagas, sino tu diferencial con otros mercados. Y estamos viendo que nuestro consumo eléctrico es más caro que el de nuestros competidores. Esto tiene una repercusión industrial extraordinaria. Países como Francia o Alemania reducen esos costes dentro de la ley. Y nosotros reclamamos tener un tratamiento similar”.

Vista de la siderúrgica Arcelor Mittal, en Avilés (Asturias), desde el alto de Valliniello.
Vista de la siderúrgica Arcelor Mittal, en Avilés (Asturias), desde el alto de Valliniello. PACO PAREDES

La brecha no es totalmente nueva. El barómetro de AEGE ya recogía que la industria española pagó la electricidad en 2020 entre 20 y 25 euros más cara por megavatio hora que la de Alemania y Francia. La mitad de estas diferencias se debían a los precios de la energía eléctrica y la otra mitad a las mayores compensaciones y los menores costes regulados (peajes de redes, cargos, tasas e impuestos). Fernando Soto sostiene que esa tendencia ha ido a peor. “El diferencial de España no solo no se ha reducido, sino que se ha agrandado. ¿Por qué? Porque estos países tienen medidas que no se aplican aquí”.

Andrés Barceló, director general de la patronal siderúrgica Unesid, profundiza en las diferencias. “En Francia, el Gobierno dedica a la industria electrointensiva una parte de su parque nuclear con un precio tasado de 42 euros por megavatio hora. Casi dan ganas de llorar cuando uno lo escucha. En Alemania, el sistema establece una exención en costes regulados muy importante”, señala. Un reciente informe de Bank of America incide en otro de los problemas: “El Reino Unido y España no se benefician del mismo nivel de redes interconectadas del que disfrutan los países de Europa central”.

Piden auxilio al Gobierno

Si las empresas están perdiendo rentabilidad, ¿por qué no trasladan los costes a los clientes? Jainaga, de Sidenor, lo ve imposible. “Firmamos contratos anuales con clientes del sector del automóvil que solo permiten trasladar variaciones en los precios de adquisición de materias primas. En lo que se refiere a electricidad no tenemos ninguna posibilidad, máxime cuando nuestros competidores europeos no están sometidos a la misma presión de costes eléctricos que nosotros”. Esto es, ningún cliente de las fábricas españolas aceptaría pagar más por una partida que otros productores europeos no exigen. Aniceto Zaragoza, de la patronal cementera, cree que trasladar costes conlleva el riesgo de perder cuota de mercado. En la industria cementera, por ejemplo, Turquía tiene una gran capacidad exportadora y sus costes son mucho más bajos porque no tiene obligaciones medioambientales tan estrictas como Europa. “Uno puede transferir costes al precio, pero si uno eleva los precios hace más atractivo que tus clientes opten por importar de fuera, por lo que tienes que pensártelo muy bien. Puede ocurrir que no se venda el producto nacional”, explica Zaragoza.

Luis Collado, presidente de la patronal madrileña del metal (AECIM), incluso augura cierres: “Estos incrementos van a ser el golpe definitivo para una parte muy importante de la industria del metal, sobre todo para pymes, micropymes y autónomos, pues la energía más cara de Europa se paga en España y los pedidos se trasladarán a países limítrofes. Nos encontramos en un escenario definitivo: o se articulan ayudas para minimizar esta situación o se estará provocando el cierre de muchas empresas de forma inmediata o a corto plazo”.

Fernando Soto, de AEGE, apela directamente a la Moncloa: “Señores del Gobierno, ayúdennos. Estamos convencidos de la necesidad de la descarbonización, pero necesitamos jugar con las mismas reglas”. Opina que las desventajas se están notando a la hora de invertir, en lo que califica de “deslocalización silenciosa”. Es decir, la industria española reduce su gasto en mantenimiento o en renovar instalaciones para dedicar ese dinero al aumento de los costes eléctricos.

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Zaragoza no descarta que esa deslocalización deje en algún momento de ser silenciosa. “La industria electrointensiva está sufriendo un impacto tan extraordinariamente elevado que puede poner en riesgo su continuidad en el país”, alerta. Las consecuencias de algo así tendrían un alto coste: tras los problemas de suministro derivados de la pandemia, la corriente de la historia y los mandamases de Bruselas empujan en sentido opuesto, hacia la reindustrialización. Y tras el hundimiento del sector turístico debido a los confinamientos, la palabra diversificación ha vuelto a emerger en un país que en la Gran Recesión pagó con creces su excesivo apego al ladrillo y que en la pandemia está sufriendo su condición de patio de recreo de Europa.

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