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A la mitad del camino: los logros


Todos los gobiernos son mejores de lo que dicen sus opositores y mucho más malos de lo que ellos creen. El de López Obrador no es la excepción, quizá lo único diferente es que, merced a la polarización, sus opositores están convencidos de que es el peor gobierno del mundo y los seguidores de que es el mejor del universo. Ni una ni otra: hay logros importantes y connotados fracasos. Hablemos hoy de los primeros y mañana de los segundos.

Sin duda el principal logro de López Obrador es haber roto la inercia. Durante los primeros años del siglo XXI el país entró en una espiral de deterioro social y corrupción que parecían no tener salida. Los partidos políticos y un pequeño grupo discutían, repartían y decidían. Romper ese círculo fue sin duda mérito de los ciudadanos que a través del voto echaron del poder a la llamada partidocracia; quien encabezó y capitalizó esa batalla fue el hoy presidente.

Otro logro que no se puede escatimar a López Obrador desde que era oposición y particularmente a la actual administración es haber roto el proceso de pauperización del salario mínimo

Otro logro que no se puede escatimar a López Obrador desde que era oposición y particularmente a la actual administración es haber roto el proceso de pauperización del salario mínimo. Si bien la recuperación comenzó a finales del sexenio pasado fue justamente por el miedo al crecimiento de su candidatura que los grupos de poder cedieron. Más allá de eso, en materia laboral terminar con la práctica del outsourcing abusivo y la libertad sindical son dos avances enormes de esta administración y que la partidocracia nunca se animó a tocar. Hay que recordar que la primera de las llamadas reformas estructurales a finales del sexenio de Calderón y ya con Peña Nieto como presidente electo fue una reforma laboral que dejó intactos a los sindicatos y tampoco se animó a tocar la subcontratación.

Otro logro importante de estos tres primeros años del sexenio de López Obrador es la eficiencia en el cobro de impuestos. La estrategia de apretar a los deudores y grandes contribuyentes, así como perseguir a las factureras ha generado una cultura distinta en el pago. Por supuesto que lo que requiere este país es una profunda reforma fiscal que cambie la relación que tenemos los ciudadanos con el Estado, donde todos paguemos y todos recibamos a cambio servicios, pero no podemos negar que la estrategia del presidente ha funcionado.

En muchos otros temas, sobre todo los que tienen que ver con la desarticulación de instituciones, habrá quien lo vea como un logro y quien como un desastre. En todo caso es demasiado pronto para evaluar los efectos de algunas de esas decisiones. Otras son desde ya un fracaso, pero de esas hablamos mañana.

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diego.petersen@informador.com.mx

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