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Opinión

Todas las generaciones son iguales, pero hay una más igual que las otras

En la obra de George Orwell, “Rebelión en la Granja” (Animal Farm), los cerdos toman el control sobre la rebelión y determinan que, si bien todos los animales son iguales, ellos son “más iguales” que los demás, dando paso rápido hacia un modelo de elitocracia que destruye la caEstados Unidos misma de la rebelión.

La tradición judeocristiana y la antropología han determinado el principio acuñado en el primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: todos los hombres son iguales. Sin embargo, la sociología se ha encargado de demostrar lo contrario: las diferencias entre las culturas, las razas, las etnias y las generaciones, entre muchas otras, que hacen de cada ser humano único.

Sin perjuicio de ese principio de igualdad, en el discurrir académico de las últimas décadas se ha escrito muchísimo sobre las generaciones y el trabajo. Se han diferenciado y atribuido atributos específicos a las diferentes generaciones, con arquetipos de comportamiento y estereotipos avalados con investigaciones, encuestas y estadísticas.

Este estudio de las generaciones y el trabajo tiene su origen en los Estados Unidos, donde primero se acuñó el estereotipo cultural de los “baby-boomers”, asignándole características y atributos a quienes hubieran nacido entre 1946 y 1964, durante la explosión de la natalidad posterior a la Segunda Guerra del mundo. Posteriormente se desarrolló el concepto de la generación X, los millennials, los centennials y recientemente se re comienza el alfabeto con la Generación Alpha.

Ninguna de estas generaciones ha recibido tanto estudio ni ha producido tanta literatura como la de los millennials, nacidos entre 1980 y 1995, quienes fueron descritos como una generación conectada, preparada, tolerante y de mente abierta. Hasta ahí, todo bien. La diferencia es que, producto de ese estereotipo recibieron el carácter de generación privilegiada, con merecimientos que llevaron a las empresas a “prepararse” para su llegada.

Un grupo de personas educado bajo el supuesto de que su año de nacimiento les daba un sello distintivo, un derecho a ganar, un privilegio a ser tratados de manera diferenciada.

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Es realmente impactante que hoy, habiendo ya dos generaciones que los suceden, se sigue hablando del millennialismo como una especie de cosecha especial de la humanidad, una raza entre las razas, como los cerdos del relato de Orwell. Los porcinos de la granja presumen su carácter de porcinos, como los millennials lo hacen de lo propio, y ello los hace superiores a los demás bajo el pretexto de la igualdad.

Y quiero aclarar que esto no es de ninguna manera una crítica a esa generación, que mucho nos ha enseñado, sino más bien una profunda preocupación. En un mundo donde tratamos de propender por la igualdad y derribar las barreras de exclusión, otorgamos privilegios a unos simplemente porque nacieron en un momento importante del final del siglo pasado.

La guía de las Afores para millennials | #QueAlguienMeExplique
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Mientras que la teoría de las generaciones es descriptiva respecto de todas ellas, es genuflexiva frente a esta en particular, dándole casi una “denominación de origen” basada en una fecha de nacimiento.

Supondría uno que ello ocurriría respecto de las generaciones posteriores, pero ahí se regresó a lo descriptivo, al estereotipo, al arquetipo de comportamiento, inclusive poniendo deberes más que otorgando privilegios.

Hoy vivimos en todo lo contrario, una sociedad a la vez comoditizada donde todo es muy parecido, pero nanoindividualizado. Cada uno escoge su propia experiencia dentro de plataformas amplias y colaborativas, con un contenido que es altamente personalizable, pero igual para todos (como el internet).

Nos corresponde entonces aplicar un principio de humanismo puro, y entender que el ser humano es lo genérico y la persona – que no la generación—lo específico. Todos somos, en esencia, anatómicamente iguales, pero individualmente diferentes. Estamos en mora de despojar a las generaciones de los derechos que se atribuyen y de entregar un tratamiento equivalente, justo e igualitario a cada individuo, especializado a sus necesidades únicas como persona.

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A tan interesante respuesta, la Ingeniera replicó a su líder de Capital Humano: “No se preocupe, lo millennial se quita cuando hay que pagar renta y colegiaturas, es curable”.

No sé si tenga razón la Ingeniera o quien le acompaña en la estrategia de Capital Humano. Lo que sí sé es que a los cerdos de la granja no les acabaron las cosas saliendo como querían; por pretender ser más iguales que los otros se volvieron iguales a los demás.

Nota del editor: Juan Domínguez ha tenido una carrera de más de 20 años en áreas de Recursos Humanos en las industrias de consumo masivo, aviación y servicios financieros. Hoy es CEO de hh red colaborativa. Es abogado con estudios de ciencia política y desarrollo humano en Cornell University, University of Notre Dame, University of Asia and the Pacific, Pontificia Universidad Javieriana el ITESM. Es consultor, autor y profesor universitario. Escríbele a juan@juandominguez.red y/o síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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